Crítica de “Sin tiempo para morir”: licencia para el melodrama
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Sin tiempo para morir estaba destinada a ser la despedida por todo lo alto de Daniel Craig como agente 007, 5 películas y 25 años después de su nacimiento en la magnífica Casino Royal. Además de eso, su director Cary Fukunaga ya avisó que esta sería un adiós al personaje que han ido construyendo, pero también tendería un puente entre esta generación de espías y la siguiente. Sin embargo, el principal problema del film es que es en sí mismo un regreso forzoso, pues Spectre ya sugería una despedida sutilmente romántica.
Da la sensación, con este adiós de Bond, que uno no tiene en frente al personaje de las anteriores entregas, con las que la familia Broccoli decidió establecer un ejercicio de continuidad narrativa, respecto a las historias independientes que manejaban Pierce Brosnan o Sean Connery. Es lícito hacerlo, pues realmente en Sin tiempo para morir encontramos a un protagonista retirado, con una evolución a sus espaldas que ni es, ni debe parecerse al espía de su primera película. Aun con esa coherencia por bandera, hablamos más de una deformación que de una transformación progresiva, siendo extraño ver a Craig hablando de sus sentimientos de forma tan abruptamente abierta, a menudo mediante una verborrea frustrante.
Una despedida digna, pero abiertamente melodramática
Parece que todo lo que rodea a la trama de Sin tiempo para morir cae en todos esos mecanismos fáciles que atajan las situaciones en las que acrecentar esa respuesta emocionalmente exagerada del nuevo y efímero Bond. La película más larga de la saga sí que despliega por otra parte, algunas de las escenas de acción mejor orquestadas y coreografiadas de la franquicia a través de una cámara que jamás pierde el rastro del protagonista.
Dicen que las películas de Bond son mejores cuando tienen un buen villano y desgraciadamente, si bien se ha intentado que Safin tenga cierta mística, jamás alcanzamos a comprender las motivaciones reales de un antagonista gris, que no posee ni el carisma ni la profundidad del malo construido por Javier Bardem en Skyfall, ni la fuerza enigmática del Blofeld de Christopher Waltz en Spectre.
En el aspecto sonoro, Hans Zimmer (quien se estrena en el universo de James Bond) sirve de eje central para elevar y sostener toda la tensión emocional que pretende disparar el espía. No obstante y contrariamente a su objetivo, en el último tramo de la historia no hace más que aumentar esa sensación de transitar un recorrido simplista y nada sorprendente. Sin tiempo para morir cae de forma abierta en el melodrama, a golpes de una BSO que actúa de hipérbole constante.
Con todos sus defectos, sigue siendo una despedida digna y un cierre que conceptualmente es arriesgado y valiente, sobre todo con un personaje tan canónico como es el creado por Ian Fleming.